Otra Vez Babel
Este cuento fue escrito originalmente en 2008 o 2009 para un concurso de historias cortas y poesía en el que participé en mi universidad en Tegucigalpa. Según recuerdo, ganó uno de los primeros lugares y los premios fueron un libro de autoayuda (que usé para levantar los pies de mi cama, junto a mi libro de administración, para ayudar con el reflujo y un libro de poesía completa, o selecta, no recuerdo, de García Lorca--y algunos otros enseres: una memoria USB, un termo para el café y quizá un sticker. Para la ceremonia, los ganadores fueron invitados a leer sus piezas. Yo me hice el loco y me fui de la universidad antes que empezara la ceremonia (aún recuerdo pasar en mi carro frente al edificio de la biblioteca, con sigilo, como si mi escape le importara a alguien o me pudieran ver).
Hoy, casi diez años después, decidí buscarlo y ponerlo por acá, por nostalgia quizá, para que no se pierda para siempre, para tener algo que compartir que le pertenece a un tiempo que ya se está disolviendo del todo.
Lo edité mínimanente, quitando alguna palabra extra, pero por demás lo dejé como estaba, con el exceso de palabras difíciles y las imitaciones de Saramago y Cortázar que lo plagan. Me dio risa saber cuánto de ese lenguaje snob he dejado de usar, y cuánto aún seguramente tengo. Y además de risa, me dio gusto ver una que otra vuelta de frase que a estas alturas de la vida ya no escribiría pero me gustaría escribir. También encontré algunas cosas que, todo este tiempo después, aún incluyo en lo que escribo, como la frustración con las palabras, la convivencia familiar o las alusiones a Beethoven, Shakespeare o Eclesiastés; tan profundamente se me arraigaron estas cosas en esos tiempos formativos. Lo que me da simple vergüenza es haber puesto que la película favorita de mi papá es Pierrot le Fou; él es un hombre adulto con sus propios gustos maduros y no merece que un cipote adolescente que acababa de descubrir el cine francés le imponga un film tan empalagador en su pretensión.
Me di a la tarea de transformarlo a HTML a partir de un PDF viejo que encontré en mi Dropbox personal--con todo y el pseudónimo ridículo que elegí para el concurso. He aquí el susodicho PDF, si se prefiere. Si no, el texto original sigue.
Otra mañana estival: los rayos del sol se dirigían impertérritos a sus ojos, los párpados, aunque ofendidos por tal intrusión, cedieron al fin; se disipó su sueño y sólo pudo pensar una breve imprecación. Se desperezó y corrió las cortinas, que había dejado abiertas por error, pensando en cuánto se amargó de puro gusto la mañana por olvidar ese detalle; cuatro golpes secos, tres cortos y uno prolongado, se oyeron: era su madre despertándolo, ignorando, claro, que el amanecer ya lo había hecho a su brusca manera. "Qué maldito calor" pensó mientras se dirigía al comedor.
"Buenos días mamá" ¡hum! Lo pensé, pero no sé si lo dije, no recuerdo, a decir verdad... tendré sueño aun. Otra vez café y pan, no es que no me guste este desayuno, pero es lo mismo todos los días, ¿qué más podría comer? Ni idea, esto está bien, supongo. Las siete y media, es tarde, tengo que bañarme, tengo clase hace... ¡media hora! No puse la alarma, la verdad es que me desperté cuando me dio la gana, supongo; ah, no, a ver... ah, sí, fue el maldito sol, otra vez olvidé correr las cortinas.
Corrió al baño y se alistó en quince minutos ¡qué cosas puede hacer la prisa! Usualmente tarda media hora en alistarse, digo, he oído por ahí, la verdad es que los rumores son casi siempre falsos, la gente se da la licencia de exagerar cuando habla de cosas tan poco importantes como los hábitos higiénicos de los demás, no es como que va a dañar su reputación un rumor de esa talla, pero sí que da una buena plática, llena de interjecciones grandes y proposiciones pequeñas, desde "¡Vaya!" hasta "¡Pero si se tarda más que cuando me maquillo!"; bueno, al menos se evita uno hablar del clima: "¡Qué calor! ¿Verdad?", "Si, y lo más interesante es que ayer, justo ayer, ¡estaba lloviendo!". En fin, mientras disertábamos sobre conversaciones fáciles y universales, salió del baño y se cambió, gran cosa, imprevisible ¿verdad? Igual pienso yo, por eso lo obviamos. Ahora corre a la esquina, va a tomar un bus de ruta, el de la universidad pasó hace una hora. Se está quitando el reloj y escondiendo su billetera en su mochila. Prudente. Aquí matan hasta por cinco lempiras, dicen por ahí, la verdad es que a mí no me han matado por cinco lempiras. No le dio tiempo de despedirse de su madre. ¡Qué mal hijo! Dirán ustedes, pues no, el pobre es más olvidadizo que el teflón, valga la metonimia , y denle el beneficio de la duda: iba apurado, ¡tenía cuarenta y cinco minutos de retraso!
Hoy salgo a mediodía, eso significa que tengo que caminar bajo ese sol; tal vez alguien me da jalón, pero ¿quién? No conozco a mis vecinos, sólo medio los saludo cuando voy pasando, y eso es porque se asoman a sus ventanas, entrometidos sin qué hacer. Qué extraño, no escuché al del bus decirme algo, tal vez es porque es de mañana y va poca gente, pero, qué cosas, a veces es como que no escuchara algo simplemente porque es ya parte del ambiente, del ambiente audible, por así decirlo, como los buenos días de mi mamá: es posible que me haya saludado pero no la escuché por costumbre, igual el tipo del bus, es muy probable que me haya dicho algo; o será porque voy muy ensimismado, hablando de eso, todo mundo se mira así aquí en el bus: no escucho ninguna conversación, han de ir con sueño. A mis conocidos ya ni los saludo, es como si todas las convenciones de comunicación interpersonal se perdiesen en el ruido cotidiano, como si el tiempo sólo dejara lo esencial, ¿o será lo accesorio, lo que no hay que pensar para decir, lo que hace juego con las máscaras que usamos a diario, será ésto último lo que el diario desgaste nos hace conservar? Si es así, qué triste. Vaya, qué metafísico desperté hoy, debería andar amargado más seguido. Ese sol... Nada nuevo hay bajo el sol, ¿quién dijo eso? ¿Schopenhauer? Bueno, no importa, ya llegué.
Se bajó con celeridad del bus y casi bota en el camino a un señor de aspecto tosco y barba hirsuta que iba subiendo. Al señor tosco y de vello facial hirsuto no le dio tiempo de insultarlo, ni a él de disculparse; ustedes, si viven en Tegucigalpa, sabrán que con esos buses no tiene uno tiempo ni de poner bien los pies en el suelo, una vez mi abuela casi se cae de uno, fue algo horrible, según me contó. Mientras les hablaba de mi abuela, llegó al aula casi ahogado por la carrera nuestro amigo estudiante. La clase dura tres horas, por eso se atrevió a llegar sesenta y cinco minutos tarde. Miró al profesor con pena, éste le devolvió una mirada cansada que parecía decir "sentate ya, al menos llegaste". Obedeció a la tácita reconvención y tomó su asiento de primera fila, cuarta columna; hizo un saludo con la cabeza a sus conocidos, éstos le respondieron con sendos gestos; su compañera de la izquierda le sonrió y le señaló la pizarra con la cabeza, obediente o sometido por la voluntad imperativa inherente a tal gesto vio la pizarra llena de ecuaciones y comprendió: otra vez el profesor estaba emocionado con la deducción de alguna fórmula que sus malagradecidos alumnos se hubieran conformado con copiar de la parte de atrás del libro. Ése vive en la luna, bien lo dicen las malas lenguas, pero es más feliz el hombre en la luna que el que mal vive en la tierra, han dicho menos protervas lenguas; tantas letras griegas lo han de adormitar, a nuestro estudiante, porque en este momento lo estamos viendo luchar contra el sueño, el sueño interrumpido esta mañana por el hijo de Hiperión, ¿Recuerdan sus lecturas de mitología griega en sus tiempos mozos? Yo tampoco. ¿Qué tiene la mitología griega que tanto nos fascina? ¿Nos habrán comprendido tan bien que en vez de poner la realidad en sus dioses, y sus dioses en la realidad, pusieron en ellos nuestras más secretas ambiciones? De ser así, los dioses del Olimpo no serían más que deificaciones de lo inasequible, de los deseos inmanentes al alma humana. ¿Y los otros dioses? ¿Y todas esas cosmogonías, y ese ragnarök de los nórdicos, esas manzanas encantadas que los señores que vivían en el Valhalla comían para prolongar su vida? (Porque éstos no eran inmortales, como aquéllos) ¿Qué significan? ¿Habrán sido los escandinavos más realistas que nuestros helénicos antepasados? Será por el frío. Bueno, nos dimos el lujo de hablar un poco de arqueo-teología porque nuestro estudiante amigo está dormido desde hace unos minutos, tanta delta y sigma lo vencieron ¿cómo le hacían los griegos para filosofar tanto sin ser vencidos por su vida barbitúrica? Ha de ser, como dicen, que nosotros no somos del mismo calibre; ellos pensaban, nosotros sólo vemos televisión.
Llené de baba mi brazo, espero que nadie me haya visto, y ¿quién me despertó? Ah, allí está, yéndose, mi compañera de la izquierda, qué amable, me sonrió otra vez, estaba esperando que me despertase, le seguiré para agradecerle. Nunca he hablado mucho con ella, más que del clima y las clases, pero me parece una persona agradable. Vaya, la perdí, esta universidad está sobrepoblada, deberían señalizar los pasillos, para que la gente circule por su derecha y exista derecho de vía, claro, después vendrían semáforos, luces en las mochilas de la gente... Y nos convertiríamos casi en carros, qué divertido, una creación del hombre viene a regir luego su vida, es irónico, las creamos para servirnos y las terminamos sirviendo a ellas. Allí están mis conocidos, iré a hablar con ellos. No, es tarde, ya es hora de mi otra clase. ¿Dónde era?
Nuestro pupilo camarada es distraído, ya lo establecimos y lo acabamos de comprobar: su siguiente clase era precisamente a la par de donde tuvo la primera, y bajó, sin embargo, hasta el primer piso antes de darse cuenta. Ahí va otra vez, corriendo como loco, ¡vaya! Casi choca con otra persona, qué cosas, si la gente circulase por su derecha nos evitaríamos estos imprevistos: todo mundo sería feliz en extremo ¿Estoy exagerando? Tal vez, los carros no se ven extremadamente felices, claro, no nos metamos a antropomorfismos: los conductores son los que no se ven tan llenos de felicidad. Hoy no se escucha nada de ruido de conversaciones en la universidad. Pero bueno, los días como hoy, que casi nadie tiene clase, no es nada raro. Aunque no es como que esté desierta, porque hasta hoy se mira sobrepoblada.
Ahí está mi profesor, "buenos días", ¿lo dije o lo pensé? Buenos días. No me contestó tampoco mi compañero de la derecha, sólo hizo un gesto con la cabeza, quizá respondiendo a mi gesto ¿es que lo saludé o sólo lo pensé?. Oh, prueba oral, al menos eso dice en la pizarra, vale más que anoche estudié. Qué raro, el profesor se ve algo alterado. Me señala haciendo un movimiento de cabeza, escribe algo en la pizarra: "¿Cuántos movimientos tiene una sonata, usualmente?". Tiene tres o cuatro, pensé la respuesta, me levanto para decirla, ¿la dije?, qué raro, no me escuché diciéndola.
Cuando nuestro camarada pupilo abrió la boca, no salió de ella sonido alguno. El profesor no se mostró muy sorprendido y sólo escribió en la pizarra "¿Usted tampoco? A ver, ¿Quién me puede decir algo, cualquier cosa?" Todos hicieron todos los ademanes que acompañan al habla, pero el silencio no fue interrumpido ni por el más nimio sonido. El profesor fue a otro salón de clases, regresó al cabo de unos minutos y escribió: "Allá tampoco: nadie puede decir nada". Se sentó en su escritorio, como esperando que alguno de sus escasos alumnos le diese una respuesta, pero si esperaba, esperaba en vano: sus alumnos sabían tanto como él sobre el asunto. Unos segundos eternos pasaron, la pizarra reflejaba la tenue luz del sol, ese sol que ha cambiado rápidamente de carácter, porque si hace unas horas era el sol ufano de siempre, ahora brilla como con vergüenza, como si fuese el único cómplice de una gran fechoría que aun tiene que dar la cara a los afectados. El trinar de las aves, que antes apenas se escuchaba porque era obnubilado por el ruido de gente, se escucha hoy fuerte y sólo, como si la naturaleza se jactase de sus sonidos, y, así, ese trinar tan reconfortante para el que lograba escucharlo se convierte, para todos, en una diatriba, en un golpe de injusticia, en una provocación.
Ciertamente, no he escuchado ninguna voz hoy ¡ni la mía! Qué raro, yo creía que simplemente andaba todo mundo adormitado. "Váyanse a su casa, es lo más seguro" escribió el profesor en la pizarra, al tiempo que salió casi corriendo del aula. Pero, ¿qué tiene de peligroso que todo mundo esté callado?
Afuera del salón de clase es como una histeria colectiva en mudo: todo mundo apurado en los pasillos, desesperados, pero silentes. No lo notamos antes por andar siguiendo a nuestro aprendiz compañero, quien en este momento viene por alguno de esos pasillos, ya lo perdí de vista, y ustedes ¿lo ven? La verdad es que esto es como un pandemónium en una caja de cristal, los carros se amontonan por salir, sólo unas pocas personas, muy confundidas o muy racionales, están sentadas por ahí tranquilamente leyendo un libro (la preocupante minoría) o hablando por medio de señas con sus amigos, miren que la gente pragmática no se complica, sólo se adapta a la situación, si los tirásemos al agua, desarrollarían branquias. No exageremos. Ahí está la compañera de la izquierda de la primera clase de nuestro compañero aprendiz, ¿qué clase era? a saber, de éste sólo sabemos su vida desde hace pocos minutos, cuando lo encontramos siendo molestado por el sol imprudente; pues bien, la de la izquierda, que será por ahora la forma en la que nos referiremos a ella, no de manera peyorativa, sólo para acortar, y, claro, no refiriéndonos al lugar geográfico localizado a la absoluta siniestra de nuestro casi-adulto, ya-ni-tan-adolescente amigo, porque no siempre será así, evidentemente, como ahora mismo sucede: ellos están uno frente al otro, pero entiendan, sin convenciones simbólicas ¿qué sería de nuestra sociedad?. Se saludan con un beso en la mejilla, estos nuestros capitalinos, apenas y se conocen y ya se andan saludando de beso. Bueno, para qué hablamos, yo soy así también, no sé ustedes. Pues bien, nuestro ni tan joven camarada se señala la boca y luego mueve su dedo índice de izquierda a derecha y viceversa, símbolo cuasi- universal, hasta que me prueben lo contrario, de negación; ella asiente, moviendo su cabeza de arriba a abajo: el gesto de afirmación y empatía; lo han confirmado: ninguno de los dos puede decir palabra; ya lo intentaron, y fue bastante gracioso verles las caras tratando de emitir algún sonido por vía oral haciendo uso de la faringe y esas otras cosas que usamos para hablar. Pero nada, nada de fonación por parte de nadie. Se encogen de hombros y sacan un cuaderno y un lápiz, estos muchachos de ahora, nacen más listos, como diría mi tío Mito, no es que él sea un mito, ese es sólo un sobrenombre, porque él es tan real como la pared amarilla que está allí. ¿Que dónde? No sé, por ahí. Por motivos de arraigo cultural y de inconsciente colectivo, vamos a leer lo que estos dos escriben y lo reproduciremos en la forma canónica de un coloquio, claro, la diferencia es que estamos copiando algo escrito y no transcribiendo algo dicho. Pues basta de soliloquio colectivo, oxímoron intencional, comencemos con lo que ella ha escrito, nuestro amigo es todo un caballero (notemos la buena ortografía de nuestros jóvenes, aquí es donde todo se vuelve un poco idealista por parte del copista):
-¡Qué raro todo esto!
-Sí, yo creí que sencillamente todos andaban con pereza, como yo, ni cuenta me había dado.
-¡Ni yo! Estoy tan acostumbrada a la apatía de todos los demás que tampoco lo noté, hasta que traté de despedirme de vos en la mañana y no pude decir nada...
-Qué cosas, estoy tan acostumbrado a no hablar y a escuchar hablar que no había notado el silencio, hasta hace poco ¡Es ensordecedor!
-Pues sí, lo es. Aunque suene raro... "Suene", ja ja.
-Ja ja. Eh...¿Cómo te vas?
-Dale, creo que vivimos en la misma colonia, te he visto en el bus.
-Oh.
Nuestro joven ciudadano se ruborizó un poco, o porque se sorprendió de haberse ofrecido a acompañar a la de la izquierda, con quien nunca había mantenido una conversación no trivial, o, probablemente, porque tenía frente a sí a una vecina, a quien sin embargo no había notado fuera del aula de clases. Ha de haberse recriminado por ser tan distraído. O por no poder hablar de otras cosas que no sean el clima o las clases. Y ahora, sardónicamente, no puede hablar y punto. Encontraron, sorprendentemente, que el transporte público todavía, a estas horas de la mañana, continuaba normal, tan normal como el caos vial de Tegucigalpa pueda dejarlo ser, pero, no tan sorprendentemente, el bus iba lleno de gente, gente convencida que sólo iba a sentir seguridad en su hogar ante este hostil mutismo que había poseído de repente a todos. Se subieron como pudieron al bus y el otrora jocundo cobrador simplemente alargó la mano llena de billetes hacia ellos, entendiendo el gesto, pagaron. Silencio, relativo, porque lo único que se escucha ahora en el bus es la barahúnda de la radio de siempre, pero, cosa extraña, no se oía, gracias a Dios, a ningún cantante, mejor dicho, supuesto cantante, mancillando el aire con su retahíla de sandeces. Nuestro amigo escribió:"Es como si toda voz humana hubiese sido proscrita de la faz de la tierra" a lo que su nueva amiga contestó "Qué poético y exagerado". Se sonrieron, ¿qué mas podían hacer? Y fue, con esa sonrisa ingenua y nerviosa, el albor de un mudo idilio. Siempre hay idilios en las historias baratas de desastres. En cuanto a su afirmación, aunque juicio prematuro y escrita por él con el fin inmediato de impresionar y mostrar su acervo cultural a la de la izquierda, podemos, ustedes y yo, confirmarla, nosotros que sabemos lo que está pasando fuera del bus: si, es como si toda voz humana hubiese sido proscrita de la faz de la tierra.
Pero qué silencio, la música se escucha, los perros ladran, los pitos pitan, las aves trinan y las llantas rechinan, pero no escucho ninguna voz, ni en la radio, ni en la calle, es el mismo ruido de siempre, pero sin bulla de gente, como si la existencia audible del ser humano se hubiese desvanecido, si yo fuese ciego y no me atreviera a extender mi mano para tocar a mi prójimo, estaría en mi derecho empírico de afirmar que éste cesó de existir. Veo a la muchacha que está sentada a mi izquierda, su semblante apacible me reconforta, el cuaderno en su regazo, donde mi afirmación hiperbólica está escrita indeleblemente, hasta que el olvido o el descuido hagan de las suyas con esa hoja de papel. HRN, el tipo del bus puso HRN, lo noto porque ahora en estos buses andan unos radios que uno no ve ni en el carro del vecino adinerado, pero en HRN no se escucha nada: las voces graves que antes nos daban un extraño sentimiento de seguridad con sus noticias de matanzas están mudas también, cambia la emisora, noventa y cinco punto nueve, panamericana, sigue igual: música instrumental, la deja, tal vez porque por lo menos eso sigue igual, casi igual, sin los anuncios de "comerciales su venta", pero bueno, a nadie le han de hacer falta. Ya llegamos, a una cuadra está mi casa, y ella ¿donde vivirá? Espero que no cerca, eso sería el colmo de mi distracción.
En la calle, porque todos han salido a la calle como queriendo librarse del silencio acumulado en casa, los perros ladran, los gatos maúllan y los pericos hablan, uno cree escuchar una voz humana al fin, pero no, es la más irónica de las imitaciones. Más de alguno mira con recelo al perico de su vecino y el dueño del inocente animal mira con desconfianza al vecino de su perico. Nuestro silencioso amigo ayuda a la de la izquierda a bajarse del bus, ella señala la cuadra donde él vive y con una mirada le dice "acá vivo yo ¿y vos?" Él, a su vez, algo ruborizado, responde con una mueca y un movimiento de la mano derecha: "yo también". Ella le sonríe melifluamente, cosa que calmó su atribulado fuero interno inmediatamente. Emprendieron la marcha, y, como mientras caminan no creo que nada importante suceda, esperemos a que lleguen a sus casas respectivas nada más, sin describir ni nada. Hablemos del clima, nosotros que aun podemos hablar: ¡Qué calor! ¿Verdad? Y lo interesante es que ayer ¡ayer justamente! ¡Estaba lloviendo! Con razón a la gente le da gripe... Ah, ya llegaron a sus casas nuestros amigos, qué bien, ya me estaba incomodando el silencio, creí por un momento que ustedes estaban mudos también, de hecho, ahora que lo pienso, durante todo el rato que han estado leyendo, no han dicho nada.
Ahí están mis padres, qué raro, mi papá llegó temprano, bueno, supongo que en la oficina los despacharon temprano, aunque en realidad allí no se habla mucho que digamos; los saludo; creo que ya nadie intenta hablar, porque, por demás, los veo muy serenos, mi mamá hasta está cocinando. Ha pasado lo que quedaba de mañana tan rápido como pasa el tiempo en medio de la confusión, es decir, lento. Todo este rato me he conformado con ver el techo ¿No es raro que uno viva rodeado de las cosas y las personas toda la vida y las vea pero no las note? Como el techo, tiene manchas de humedad y un color de cansancio, pero ahorita que lo vi fue como si por primera vez lo notase. Mi papá ha sacado unas películas viejas, supongo que las va a poner después de almorzar, así de rápido ha llegado a extrañar la voz humana. En la televisión hay cadena nacional, en vez de salir el presidente, sale sólo texto, como los créditos de una película, ha de ser algún tipo de explicación; mi mamá me sirve la comida, le agradezco con un movimiento de cabeza. Entre bocado y bocado leo la cadena, que está en letras blancas sobre fondo negro: "Estimados conciudadanos, por este medio escueto, yo, su presidente, les comunico que la inusitada experiencia que este día estamos experimentando puede deberse a la extrema contaminación que nos rodea, el humo debe haber llegado a afectar gravemente el aparato faríngeo de la población, por lo que hemos decidido subir nuevamente el precio de los combustibles (a ver si esta vez dejan de comprarlos); los exhorto, además, a continuar sus actividades normales en la medida de lo posible, pues en situaciones como estas es preciso que nos unamos en pro del mayor bien común" La noticia, amenaza y exhortación del presidente enardecieron a mi papá, su mirada iracunda decía "¡Qué atrevido ese, se aprovecha de la catástrofe para seguir arruinándonos!" Mi madre sólo lo vio con ternura mientras le señalaba su comida, él se encogió de hombros y se comió su almuerzo con fruición. Mis hermanos deberían haber regresado ya, será que en su escuela no se alarmaron mucho. Mi papá va a poner una película, ¿cuál elegirá? Vamos a ver... la caja que sacó es la de "Pierrot, el loco", qué bien, es su película favorita y a mí me gusta mucho también. La pone en el aparato, está comenzando, los subtítulos están allí, pero, ¿y la voz inconfundible del protagonista? Nada. Mi papá sube el volumen, nada, la música se escucha, por lo que el aparato no está mal, pero ¿cómo puede ser? La película no la están grabando en este momento, evidentemente, ¡sino hace cuarenta años! ¡Hace cuarenta años la gente todavía podía hablar! ¡Pardiez! ¡Ayer, incluso, la gente todavía podía hablar! La mirada de mi padre denota su paroxismo interno: nos acabamos de dar cuenta que la voz humana desapareció, mi afirmación de hace un rato todavía está presente en mi cabeza, como si hubiera sido un vistazo omnisciente que algún demonio plantó ahí: "...como si toda voz humana hubiese sido proscrita..." como si el aire se hubiera cansado de portar nuestras mentiras, nuestros gritos, nuestras trivialidades, como si Dios hubiera al fin corregido el error de darle al ser humano el poder de la palabra, poder que estuvo más allá de su capacidad y su estulticia; la lengua, el fuego del infierno en nuestra boca, ¿quién dijo eso?¿Kierkegaard? A saber. Mi padre no soportó más y fue a traer a mis hermanos a la escuela, instinto paternal, cuando el estado normal de las cosas se rompe, es como que no sólo la sociedad peligrase, sino nuestros seres queridos como individuos también. ¡Ya regresó! Ese señor vuela en ese carro, mi hermana está llorando, mi hermano, indiferente, sólo se sentó a comer. La tarde pasó rápido, buscamos maneras de distraernos, de evitar quedarnos sentados viéndonos las caras, mi padre se puso a adelantar trabajo, y, cuando terminó con eso, a reparar todo lo reparable en casa; mis hermanos se pusieron a jugar sus juegos de video, yo me puse a escuchar una sonata que me gusta mucho: la que ese alemán melenudo y huraño compuso cuando se dio cuenta que estaba perdiendo irremisiblemente el oído, me lo imagino, tocándola con rabia en su piano, lágrimas de impotencia en sus ojos: había perdido algo muy importante, pero a la vez decidía que habría de tomar al destino por el cuello aunque hubiese quedado, prácticamente, exiliado del mundo humano, por eso su sonata es tan elocuente, tan apasionada. No es la sonata de un vencido por el destino, sino la de quien, al darse cuenta de la traición del destino, decide vencer, aunque esté quebrantado. Hace honor a su primer nombre el compositor. Ahora salgo a la calle y la veo, a mi vecina, me acerco con una libreta que encontré en mi cuarto y que destinaré a la comunicación. Hablamos, digo, escribimos.
-Y ahora ¿qué hacer? ¿qué creés que haga la gente?
-Pues acostumbrarse, no es gran cosa lo que hemos perdido...
Ella me sonríe.
-Y ¿qué has hecho hoy?
-Nada, escuchar música, ¿y vos?
-Igual, es lo único que soporto, ese ruido lúgubre que nos rodea me está hartando ¡el ruido vacío que nos hecha en cara nuestra desaparición del plano audible!
Nos despedimos, ya está cayendo la noche y cada uno parte para su casa. Noche transfigurada, la primera noche donde los gritos de los vecinos, los susurros ruidosos de las parejas y las conversaciones alrededor de la mesa faltan. Sólo quedan los sonidos que siempre estuvieron en segundo plano, así, esta noche es más oscura, es la noche que nunca quise que llegara sin saber que no lo quería. Cuando uno cierra los ojos, es como que estuviese solo, verdaderamente solo, y ese es el más gélido sentimiento que puede uno sentir, ¿Y mañana, qué será de mañana?
Han pasado seis días desde que el mundo quedó mudo: los pericos han dejado de imitarnos y se pusieron a ladrar. Algunos facinerosos, de esos que aprovechan cualquier cosa para cometer latrocinio y todo tipo de cosas abyectas, anduvieron un rato por ahí robando y haciendo de las suyas, como era de esperar, mientras todavía estaban turbias las cosas. Unos cuantos melancólicos se suicidaron o se fueron del país a ver si todavía hablaban allá, en el extranjero. Los orates y los genios se pusieron a hablar con código morse y toda suerte de cosas estrambóticas y algunos artistas, como los músicos y pintores, ni se inmutaron: nunca necesitaron la voz de todas maneras, una imagen vale más que mil palabras, el tiempo es dinero, más vale pájaro en mano que cien volando, el calvito clavó un clavito y refranes así. Los sordomudos ni se inmutaron, creyeron nada más que había algún tipo de huelga o que los gringos habían atacado al fin China y que por eso todo mundo andaba como andaba. Ellos, los sordomudos, llevaban las de ganar: ellos ya sabían comunicarse, y muy bien, por señas, así que algunos de ellos, altruistas, se pusieron a enseñarle a quien quisiera cómo comunicarse como ellos, otros, menos altruistas y más demócratas, montaron escuelas improvisadas donde cobraban por cursos rápidos. Sobra decir que la economía tambaleó, pero el hecho que aun tuviésemos la lengua escrita ayudó a traer a sus cabales a los señores capitalistas: en realidad, casi nada había cambiado, para eso estaban los correos electrónicos y todas esas barbaridades. ¿Y los analfabetos, qué fue de ellos? Me preguntarán algunos de ustedes, bueno, pues ellos no han estado bien ni cuando podían hablar, digo, con la globalización y todo eso; pues se las arreglaron con gesticulaciones y cosas por el estilo, no olviden que la gente siempre encuentra una manera de sobrevivir, sólo los no muy locos y los demasiado cuerdos, se dejan vencer por la adversidad: unos porque de la vida conocen su vanidad y otros porque no le conocen la beldad. En la multitud de palabras hay estupidez, por eso vemos ahora que la mayoría de la gente está siendo un poco más amable con su no parlante prójimo, aunque, claro, siempre quedan de esos que encuentran la manera de ofender a toda costa, pocos son, claro, porque ahora golpear a alguien que lo fastidia a uno se está haciendo más común: ¿Cómo se va a razonar mediante el diálogo si ya no hay de eso? Hubo unos cuantos accidentes porque ya no se podía gritar a los peatones desprevenidos y los cláxones de muchos carros no sirven, eso es consabido. En las iglesias la gente se siguió reuniendo, mas sin palabras qué decir se tuvieron que sentar a leer la Biblia o tratar de comprender el misterio de la eucaristía, esto provocó no pocas deserciones: sea porque entendieron que Dios es Dios o porque habían tenido algún tipo de epifanía que los llevó a religiones más silenciosas, como el budismo o el narcisismo. En resumen, a un par de días de histeria colectiva siguieron unos de optimismo mayoritario, de paz nacida de la confusión aplacada, pero ahora, seis días después, todo está volviendo a la normalidad, es decir, todo está mal otra vez, pero no tan mal como antes, como ya aclaramos; al menos la sociedad sigue siendo social. ¿Y nuestro héroe?, Me preguntarán ustedes, ¿Cuál héroe?, les pregunto yo, si se refieren a nuestro joven inexperto, no creo que haya hecho nada heroico: ha estado en su casa ayudando y a su nueva amiga frecuentando. También ha estado viendo las noticias y mejorando su caligrafía y ortografía, al parecer le dio pena que su interlocutora no-verbal frunciese el ceño o se riese de las cosas que él escribía por ininteligibles.
Ahí está ella, la saludaré. Pero ¿qué le pasa? Se ve desesperada, se acerca a mí con un libro en mano, ¡Ha estado llorando! Me acerca el brazo, señala un párrafo del libro, como invitándome a leerlo, con un gesto le pregunto si eso es lo que desea, a lo que ella responde afirmativamente con una mirada de angustia. Tomo de su mano el libro y me lo acerco pero sólo veo manchas ¿será que tengo miopía? Lo alejo, manchas todavía, no entiendo, ayer mismo todavía podía leer; saco la libreta que he andado conmigo estos días, trato de leer, pero nada, trato de escribir, pero los trazos no tienen forma ¿o ya no les hallo forma? Ella me ve, como confirmando algo: ella tampoco puede leer ni escribir, corro a mi casa, mi padre y mi madre, cuando les pregunto moviendo la mano en el aire con ademán de escribir si ellos pueden, me contestan con un movimiento de cabeza: ellos tampoco. Regreso a donde ella está, nos sentamos en la acera, el mismo ruido de gente silenciosa, como los gemidos de un moribundo gigante. Frente a nosotros pasan algunos vecinos corriendo en sus carros, al parecer ya no les importa atropellar a alguien por ir tan rápido en la colonia, niños y otros energúmenos pasan por la calle, unos corriendo desesperados y otros caminando tranquilos, quizá rendidos. A los pocos minutos, u horas, es como si todo se precipitase en el vórtice del silencio, el ruido cesa de repente, aun la siento a mi izquierda, la veo a los ojos, buscando su mirada siempre tranquilizante, pero, al contrario, encuentro solamente en ellos, en un atisbo rápido, la vacía frialdad que uno encuentra en la mirada de un búho. Su sonrisa está ausente y supongo que la mía también, nos levantamos sin despedirnos ni vernos y regresamos a nuestras casas.
Pero, ¿qué pasó?¿Acaso la gente ha perdido también la capacidad de leer y escribir? Eso no tiene sentido, si creemos que el hecho de perder el habla tiene un papel causal en esto, sino, pues era de esperar para los más astutos. ¿Por qué era de esperar? No sé, pregúntenle a los más astutos. Ustedes me preguntan ¿Y usted, por qué puede escribir todavía? Y yo les respondo ¿Y ustedes, por qué pueden leer todavía? No sean incautos, esto es sólo un relato, por muy en tiempo presente que esté a veces, no está pasando en la misma Tegucigalpa ni al mismo tiempo, algunos de nosotros existimos y otros no, le pregunta es ¿quiénes? Y otra pregunta mejor ¿qué es existir? Pero dejemos eso para esa gente francesa que se atreve a nombrar "Náusea" a su obra magna y sigamos con el relato ya que todo está relativamente aclarado, bueno, habrá algunos fundamentalistas que a esta altura han renegado del mismo. Que no esté pasando como está pasando no significa que no esté pasando. Hubo un tumulto en la ciudad, pero ni tan prolongado ni tan drástico como el aciago día en que el mundo se calló, será porque la vasta mayoría de personas ni parlantes habían apreciado la lengua escrita o por el hecho que era poco práctico andar en todos lados escribiendo, por lo que muchos desde el principio se comenzaron a comunicar por señas. Mientras el día transcurre las calles se van vaciando: la máquina social se está deteniendo, como si al fin le hubiesen puesto freno al leviatán de la sociedad, muchos simplemente se hartaron de querer comunicarse con otros, mientras que algunos tienen pavor del frío y absoluto silencio que se ha ido apoderando de la humanidad pero unos y otros se dan cuenta que algo se ha perdido, como si su propio ser se hubiera desvanecido cuando la gente dejó de ser gente de repente y se convirtieron, en este día lúgubre, en individuos solos y solamente individuos al fin: atrapados en sí mismos, en un claustro mortal. La gente parece estar teniendo problemas para pensar, las palabras han ido perdiendo todo sentido. ¿Ustedes, qué harían si olvidasen todo lenguaje? ¿Acaso perderían hasta la capacidad de comunicarse con ustedes mismos?¿No terminarían alienados, verdaderamente alienados, apartados hasta de su ser consciente?. Mientras no sabíamos qué decir ante este paisaje tan mustio que nos presentó en un instante el deceso de la sociedad, nuestro amigo, que desde que llegó a su casa se quedó absorto viendo el techo, ha caído dormido. El silencio de la noche nunca ha sido tan tangible, las personas duermen esperando no despertar o ya no esperando nada en lo absoluto, en un día, un día nada más, la tambaleante humanidad ha caído, perdió lo único que la hacía ser: se perdió la multitud y luego hasta los individuos. Pero ¿nosotros no estamos también presos en la insuficiencia de las palabras? ¿Cuántas veces no han sentido la rabia de no poder decir lo que quisieran, la impotencia? ¿Cuántas veces no han sentido que su verdadero ser, el que se quiere dar a conocer y desea, a su vez, aprehender a otros seres, es incomunicable verdaderamente, que es sustituido por vanas máscaras que sólo lo imitan y pretenden reflejar pero que al menos pueden establecer comunicación con otro? ¿No somos, al final, histriones que tras el disfraz de la risa y la vida vivimos en un eterno pavor y una perenne angustia? Detrás del ruido de la sociedad, hija del don de comunicarse, ¿qué hay? Seres que hoy viven y mañana mueren: vanitas vanitatum, omnia vanitas. Lo demás es silencio, como dijo algún inglés hace mucho tiempo.
Otra mañana estival: los rayos del sol se dirigen impertérritos a mis ojos, los párpados, aunque ofendidos por tal intrusión, han cedido al fin; la tenue luz baña el recinto. Cuatro golpes a la puerta: el postrero más prolongado. -Buenos días.
-Buenos días ¿qué tal amaneciste hoy?.